Tras los ataques del pasado 7 de octubre perpetrados por el grupo armado palestino Hamas a Israel, el gobierno israelí declaró la guerra como respuesta realizando gran número de ofensivas aéreas y terrestres, sin embargo, está la duda si realmente fue la respuesta más adecuada.
Los ataques de Hamas representaron una gran debilidad para el gobierno israelí, al ser el primero que logró entrar al territorio teniendo como resultado una de las mayores desgracias de su historia moderna. La falla de seguridad y las demandas de la población israelí exigiendo respuestas, generaron una gran presión para el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, para que actuara en consecuencia e hiciera pagar a los responsables. Su respuesta fue retomar rápidamente el control de las zonas afectadas y autorizar una serie de ataques aéreos contra las bases de Hamas ubicadas en la Franja de Gaza.
No obstante, a pesar de la rápida respuesta y los decesos del grupo armado que ha logrado, el gobierno de Netanyahu se encuentra a prueba, aunque lo más probable es que cuando termine el conflicto su gobierno se desmorone. A sus ojos, la única solución es destruir a Hamas a través de una ofensiva firme que permita eliminar cualquier signo de debilidad frente a sus rivales en la región, además de recuperar la mayor cantidad de rehenes posibles, sin embargo, podría pagar un alto precio político si los rehenes mueren en respuesta a su ofensiva terrestre.
Desde el inicio de la guerra las cosas no han salido como lo esperaba, y es que uno de los reveses más importantes ha sido la opinión internacional con relación a la ofensiva israelí, incluso aquellas naciones que son aliadas han juzgado el alto grado de violencia que se ha alcanzado en la guerra afectando principalmente la población civil. Por un lado, de acuerdo con Israel, es una guerra contra el terrorismo de Hamas, mientras que Palestina sostiene que se trata de una masacre a su pueblo. Ambos puntos son respaldados, sin embargo, esta guerra le ha dejado pocas opciones a Netanyahu: continuar con el combate o comprometer la capacidad disuasiva de su país en futuros conflictos con naciones o grupos con los que tiene rivalidad.
Aunado a esto, se encuentran las protestas a favor de la causa palestina suscitadas en varios países generando un cierto rechazo a la comunidad israelí a nivel internacional y a su vez obligando al gobierno israelí a cerrar algunas sedes diplomáticas por el peligro que pueda representar para su personal el permanecer en ciertos territorios.
Otro de los aspectos no tan positivos para Israel es el discurso del presidente estadounidense Joe Biden, uno de sus principales aliados. Aunque Estados Unidos ha mostrado su apoyo militarmente, moralmente no ha apoyado a Netanyahu en su totalidad, principalmente al pedir que se le permita el acceso a la ayuda humanitaria a Gaza a fin de que puedan ser atendidos los civiles afectados, mientras que Israel ha prohibido este ingreso a manera de presión para Hamas y, aunque no ha juzgado directamente su conducta, intenta hacerlo comprender que es importante contar con un plan para salir de la crisis y no experimente lo que Estados Unidos vivió con Afganistán o Vietnam.
Con el comienzo de la ofensiva terrestre en Gaza, se teme que las fuerzas israelíes puedan verse atascadas en el territorio al no conocerlo en su totalidad debido a la gran cantidad de túneles que Hamas ha construido para planificar ataques burlando al sofisticado sistema de vigilancia israelí, convirtiéndolo en un costoso combate que dejará un gran número de muertos y por consiguiente una crisis humanitaria mayor a la actual. Aunque la operación militar israelí funcione, está claro que el escenario en la región no será el mismo, principalmente en Israel que podría experimentar al exterior una mayor amenaza con sus rivales y al interior una crisis política.
Secretaría de Asuntos Internacionales
CEN del PRI